¿Tu vida y tu fe se sienten como una fotocopia sin color?
Te cuento cómo encontrar a Dios en la rutina más aburrida.
Imagina esta escena: te levantas, a duras penas. Tanteas el despertador, que te taladra el cerebro (y quizás se quede el eco de la alarma en tu mente un buen rato). Una ducha, un café, ida a la oficina. Esperas que sea viernes. Al siguiente lunes, esperas, de nuevo, que llegue el viernes.
¿Pudiste imaginarla? Quizás no fue difícil, quizás incluso pudiste verte a ti mismo en una rutina semejante a la que hoy día llevas.
Pero, ¿sabes qué? Se puede poner color a esta rutina. No digo cambiarla, digo “ponerle color". Hacerla atractiva. Encontrar a Dios en ella y disfrutarla junto a Él.
Sé que entre “despertador+tareas+mails+reuniones+aseo+cocina+etc.,etc.,etc.” encontrar a Dios puede parecer un desafío. Quizás anhelas un rato de silencio, de esos tan ricos que se experimentan en un retiro o al salir de alguna jornada espiritual…
Pero, ¡no! Vengo a hablarte de una manera distinta de buscar y hallar al Señor. Si, el retiro es muy bueno… pero ocurre una vez al año. En cambio, tenemos 365 días para vivirlo plenamente, sin arrepentimientos y con intención. Con propósito. Felices, de verdad.
Te hablaré más de esto y, al final del artículo, te dejo consejos prácticos.
El escándalo de la santidad en lo común
Un mensaje que nos puede servir refrescar: San Josemaría insistía en que la santidad no es para unos pocos elegidos, sino para todos los bautizados.
Y lo más “escandaloso” de su propuesta es que no nos lleva a buscar experiencias místicas extraordinarias, sino a santificarnos justo ahí donde estamos: en el mismo trabajo, las mismas obligaciones, las mismas calles por las que caminamos cada día.
Decía: “Hay algo santo, algo divino, escondido en las situaciones más comunes, algo que a cada uno le toca descubrir”.
Eso significa que, aunque tu rutina parezca gris, puede ser el lugar exacto donde Dios te espera. El problema no es la monotonía: es que no siempre aprendemos a mirarla con ojos nuevos.
El trabajo: altar y oración
En el Génesis, Dios confió al hombre la tarea de labrar y cuidar la tierra. Eso incluye tu oficina, tu casa, tu aula, tu taller. No son “espacios profanos” hasta que tengas tiempo para lo sagrado. Son el lugar donde lo sagrado se encarna.
San Josemaría estaba convencido de que todo trabajo hecho con amor y ofrecido a Dios se convierte en oración. (Para no desviarnos tanto del tema, te dejo este artículo si lo que quieres es profundizar en la santificación del trabajo)
Y no es poesía vacía: cuando trabajas con esa intención, tu jornada deja de ser una sucesión de tareas y se transforma en un diálogo con Él.
Yo lo comprobé en los días más estériles: cuando ofrecía incluso la tarea más mínima —barrer, responder un correo, escuchar a alguien— con la conciencia de estar haciéndolo para Él, mi corazón empezaba a recuperar calor.
El cansancio no se puede evitar. Pero hay un sentido de hacer las cosas con la mirada puesta en lo eterno, que trae consigo paz… y sí, cierta satisfacción hasta humana.
11 ideas prácticas
Invítale a Dios un café al comenzar el día: mientras tomas el tuyo, háblale de lo que harás más tarde. Pídele que te acompañe en esas actividades.
“Juega” a encontrar el rostro de Dios en los demás: sonríe a la persona que te atiende en la tienda, da los buenos días al chofer del bus, agradece a quien te abre una puerta… y piensa que también lo haces con Dios y por Él, como si estuvieras sirviéndole a Él.
Invéntate jaculatorias y altérnalas en el día a día: cotidianas, sobre lo que vas viviendo. Mantendrás la presencia de Dios y un espíritu de contemplación, en lo cotidiano. Si te quedas corto de creatividad, ¡aquí te dejo una lista con 200 jaculatorias!
Adelántate a servir a los demás: ofrecer un vaso de agua, retirar los platos, ser el primero en levantarte… imagina que eres Marta que quiere que Jesús esté cómodo. Aquí te propongo una jaculatoria (a propósito del punto anterior): “Si me canso, que sea para que Tú descanses, Jesús".
Escucha un poco más: deja a tu compañero de trabajo contar más anécdotas, pregunta más de lo que quieras contar. Aprenderás de los demás.
Saluda a la Virgen, cuando la veas: hay imágenes marianas escondidas en las calles. Aprovechala para saludarle y decirle que le salude de tu parte a su Hijo.
Por cada queja, suma 3 “gracias": crecer en gratitud nos hace ver que no todo es tan negro (o gris) y que tenemos más motivos para agradecer que para quejarnos.
Ayuda a alguien con una pequeña tarea sin que te lo pidan: conviértete en el Cirineo de tu vecino, sin pensar en lo que tú aún tienes por delante. Salir de uno mismo es una práctica que nos trae mucha paz.
Encuentra “señales” desde el Cielo: no se trata de creer que todo es un designio de Dios, pero ¡cómo cambia el día! Por ejemplo, cuando veas una nube con forma de corazón, puedes pensar que es un gesto de cariño que Dios te manda. O si de la nada encuentras un arbol florido, ver que quizás Él lo puso ahí para que pueda alegrarte la vista. ¿Y sabes qué? No estarás tan equivocado.
No insultes a los malos conductores: ofrecer el tráfico del día, los atascos, etc., puede ser una pequeña mortificación. El espíritu de mortificación no nos amarga, sino que nos ayuda a vivir más entregados a Dios. Así, también encontraremos más paz. (Si lo encuentras difícil, aquí te dejo un artículo con 10 claves para enfrentar el tráfico sin perder la cabeza ni la paz interior)
No dejes de decir “Buenas noches” a Jesús: empezar y terminar el día con Él nos ayuda a constatar que cada jornada tiene algo de divino.
Dejo hasta aqui estas ideas… ahora, dime qué más se te ocurre. ¡Alarguemos la lista con sugerencias en la sección de comentarios!