Los deseos de tu corazón ¡son más importantes de lo que piensas!
La señal de nuestra vocación infinita
La insatisfacción es la señal de que el contenedor de nuestro corazón es demasiado grande para el contenido que le estamos dando. Al intentar llenar un deseo infinito con elementos limitados, creamos una frustración que nos recuerda nuestro verdadero destino. Lo que sacia es dirigir nuestros deseos a Dios.
Santa Catalina de Siena, una mística del siglo XIV, ofrece una profunda perspectiva sobre la ansiedad que a menudo experimentamos en la vida contemporánea.
Ella señalaba una paradoja fundamental en la existencia humana: mientras que nuestras fuerzas físicas y la agudeza de nuestra inteligencia son inherentemente limitadas y efímeras, hay en nosotros una dimensión ilimitada e infinita que reside en nuestros deseos.
Un anhelo de plenitud
Llevamos grabado en lo más íntimo de nuestra alma un anhelo ardiente e incesante de plenitud, una sed de trascendencia que no es un defecto de origen, sino más bien un regalo divino.
Es una huella, una firma del Creador en nosotros, que nos recuerda constantemente nuestro origen y nuestro destino último.
Este deseo infinito no es solo la clave de nuestra altísima dignidad como seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, sino también la fuente principal de nuestra más profunda frustración y desasosiego.
Por su propia naturaleza y diseño, nuestros deseos son infinitos. El problema, y la raíz de gran parte de nuestro sufrimiento, surge cuando intentamos saciar esa sed de lo absoluto, esa aspiración a lo ilimitado, en los confines de lo creado y de lo finito.
Nos extraviamos cuando buscamos esa plenitud insondable en los bienes materiales que, inevitablemente, se oxidan y deterioran; en placeres pasajeros que se agotan y dejan un vacío aún mayor; o incluso en otras personas que, por maravillosas que sean, son seres limitados con un final, incapaces de colmar una necesidad infinita.
¿Qué pasa si no sabemos con qué saciar estos deseos?
La insatisfacción persistente, esa sensación de vacío que nos acompaña a pesar de nuestros logros o posesiones, no es una señal de que algo esté mal con nosotros, sino más bien una indicación clara de que el “contenedor” de nuestro corazón es inmensamente grande, demasiado vasto para el “contenido” limitado y transitorio con el que intentamos llenarlo.
Al persistir en el intento de llenar un deseo infinito con elementos finitos y perecederos, lo único que logramos es generar una frustración creciente que, paradójicamente, nos sirve como un recordatorio constante de nuestro verdadero destino y de la auténtica fuente de plenitud.
La única vía para alcanzar una saciedad genuina y duradera, la verdadera paz del corazón, radica en reorientar y dirigir nuestros deseos más profundos hacia Dios, la única realidad que es verdaderamente infinita e ilimitada.
Como menciona San Josemaría:
“Llénate de buenos deseos, que es una cosa santa, y Dios la alaba” (Forja, 116).


