La oración no es un analgésico (y esto es lo que me enseñó en la ansiedad)
Lo que la oración puede y no puede hacer por ti.
Todos hemos vivido momentos en los que la ansiedad parece más fuerte que nosotros. Pensamientos de miedo, escenarios que no han pasado pero que ya nos aprisionan, y el corazón que late con inquietud.
Entonces acudimos a la oración buscando refugio… pero sentimos que nada cambia. Rezamos, pedimos auxilio, y, aun así, el alma sigue intranquila.
Si te ha pasado esto, no eres la única persona. En la vida de todo creyente llegan etapas de sequedad espiritual, donde parece que la paz y la cercanía de Dios desaparecen. Justamente en esos momentos, la fe se pone a prueba y se purifica.
San Ignacio de Loyola: reconocer la desolación
San Ignacio llamó a este estado “desolación espiritual”: cuando se apaga el consuelo y solo queda oscuridad.
En su libro Discernimiento de espíritus, Timothy M. Gallagher explica estas reglas aplicadas a la vida diaria: la desolación no es un castigo, sino una experiencia permitida por Dios para fortalecer nuestra fe.
San Ignacio también enseña que cuidar el cuerpo es parte de la batalla espiritual: descansar, hacer actividad física y practicar el ayuno.
Jesús mismo ayunó cuarenta días antes de enfrentar la tentación, mostrándonos que el dominio sobre el cuerpo ayuda a ordenar el alma y la confusión de los pensamientos.
Prácticas que sostienen el alma
La ansiedad se combate no solo con palabras, sino también con acciones concretas:
El silencio: apagar el ruido de redes sociales o distracciones para escuchar lo que el alma quiere decir. El silencio no es aburrimiento, es necesario para entender lo que nadie más puede decirte o guiarte; es el susurro de Dios.
La caminata en soledad: hablar en voz audible con Dios, expresar lo que duele y escuchar cómo poco a poco se aclaran los pensamientos.
La confesión: descargar la culpa que pesa y dejar que el alma descanse.
La adoración: permanecer ante Jesús en el Sagrario sin necesidad de decir nada, solo repitiendo: “Jesús, te amo” o “Jesús, en ti confío”.
Estas no son sustitutos de la oración, sino caminos que nos disponen a orar mejor.
Qué puede y qué no puede hacer la oración
La oración sí puede sostenernos con pequeñas jaculatorias a lo largo del día:
“Señor, yo creo, espero y confío”.
“Jesús, creo, pero aumenta mi fe”.
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Pero la oración no puede —ni debe— ser vista como una fórmula mágica que elimina la ansiedad al instante. A veces, la aparente ausencia de Dios es un llamado a la fidelidad: orar no porque lo sentimos, sino porque lo elegimos.
Amar a Dios es una decisión, no solo una emoción.
Cuatro medios espirituales de fidelidad
La tradición de la Iglesia nos recuerda cuatro prácticas clave para enfrentar la desolación:
Oración de intercesión: pedir ayuda a Dios y a los santos que también conocieron pruebas.
Meditación bíblica: leer y repetir en voz alta pasajes de la Escritura, dejando que nutran el alma (aquí puedes descargar un eBook gratuito para aprender a rezar la Lectio Divina).
Examen del origen: identificar cuándo empezó la desolación y qué herida o tentación la activó.
Acción de gracias en la prueba: decirle al Señor: “Sé que no tengo motivos para sentirme así, pero te agradezco la oportunidad de cargar con esta cruz y ofrezco esta batalla por quienes no pueden luchar solos”.
Reflexión final
La ansiedad no significa ausencia de Dios, sino una invitación a vivir la fe de forma más pura.
La próxima vez que la oración no te dé calma inmediata, recuerda que es tu oportunidad para amar a Dios de un modo más libre, sin esperar nada a cambio.
“Gracias, Señor, porque te puedo amar no solo cuando siento tu paz, sino también cuando no te siento. Hoy elijo permanecer en Ti, como lo hizo mi Mamita la Virgen María al decir: ‘Hágase en mí según tu Palabra’”.
Gracias por el contenido del día, me llegó Gracias
Gracias, mil gracias, me hace bien leer todos sus mensajes, la verdad muchas veces me sentía desolada, pensando que mi oración no llegaba a Dios, pero ahora entiendo que es para fortalecer mi fe, y todo mi ser.
Bendito sea Dios, por no dejarme sola.
Gracias hermanos, por enseñarme como orar.Dios los bendiga.
Un abrazo desde Trujillo Perú.