Ese vacío interior... puede ser una cita pendiente con Dios
Lecciones de la samaritana sobre la sed moderna
¿Tienes presente esa sensación de vacío que a veces invade a uno? ¿Como un hueco que no sabemos bien cómo llenar? ¿Qué me dirías si te digo que ese sentimiento podría ser una cita que sigues posponiendo?
No es un castigo ni un fallo tuyo; es Dios llamándote, susurrándote que hay algo más profundo esperándote. En un mundo acelerado, donde corremos de un lado a otro buscando respuestas rápidas, este vacío es una notificación distinta, de las que no hacen ruído ni interrumpen nuestra jornada… pero que nos recuerda que nuestra sed verdadera no se apaga con lo superficial.
Esa sensación no es muy distinta a la que experimentaba la samaritana, en el Evangelio de Juan (Jn 4,1-42). Una mujer que, como tantos de nosotros, intentaba saciar su sed en pozos equivocados.
El vacío que todos sentimos… no es un error, es una invitación
Imagina que estás en un día cualquiera: terminas el trabajo, revisas el teléfono, comes algo rápido y sientes... nada. Un vacío interior que te deja inquieto. Pero ese mismo vacío no es un accidente.
Es como esa “brecha” que todos experimentamos cuando lo moralmente correcto se nos hace cuesta arriba, un recordatorio de nuestra necesidad de un Salvador.
San Bernardo de Claraval ya hablaba de una especie de “evisceratio mentis”, un vaciado del alma en el hombre moderno, donde falta el tiempo y el gusto por la meditación íntima y el silencio interior. En ese silencio, dice la Iglesia, es donde conocemos quiénes somos de verdad y escuchamos la voz de Dios: “Ven, sígueme”.
Hoy, con tantas distracciones —redes sociales, trabajo interminable, relaciones superficiales—, es fácil ignorar este vacío. Pero el Papa Juan Pablo II nos advertía que el mundo actual nos aleja de las “realidades más importantes”, dispersándonos en cosas de poco valor y desordenando nuestra escala de prioridades.
Ese hueco no es un error en tu vida; es una invitación. Dios te está diciendo: “Quiero llenarte, pero necesitas venir a mí”. Es como una cita pendiente: Él espera, paciente, mientras tú pospones el encuentro.
La samaritana: cambiando de fuente, no de rutina
Recuerda a la samaritana. Era una mujer de Samaria que, al mediodía —hora en que nadie iba al pozo para evitar el calor—, se acercó a Jacob para sacar agua. Jesús, cansado de su viaje, le pide de beber. Ella se sorprende: ¿un judío hablando con una samaritana? Pero Él va al grano: “Si conocieras el don de Dios... pedirías y Él te daría agua viva” (Jn 4,10).
La samaritana no era ajena al vacío. Había tenido cinco maridos y vivía con otro que no era su esposo (Jn 4,18). Intentaba llenar su sed emocional y espiritual con relaciones que, como el agua del pozo, se evaporaban rápido. ¿Te suena familiar? Nosotros también, muchas veces, buscamos saciar nuestra sed con cosas que prometen mucho pero duran poco: un nuevo gadget, una promoción laboral, una serie interminable. Esas “aguas” nos refrescan un momento, pero al rato volvemos con la misma sed.
Lo hermoso es que la samaritana no cambió su rutina. Siguió yendo al pozo, el mismo de siempre. Lo que cambió fue la fuente: de agua temporal a “agua viva” que brota para la vida eterna (Jn 4,14).
Jesús no le dijo que huyera de su vida; le reveló quién era Él, el Mesías, y eso transformó todo. Ella dejó su cántaro —símbolo de sus búsquedas vanas— y corrió a contárselo a su pueblo. El pozo era el mismo, pero el agua era distinta: eterna, saciante, divina.
Esta “agua viva” es la gracia de Dios, esa atracción interior del Espíritu Santo que opera en lo más profundo de nuestra alma. No se trata de grandes cambios drásticos, sino de reconocer que el vacío nos lleva a Él. Como dice el Papa Pablo VI, en medio de las crisis vocacionales y espirituales, necesitamos volver "a una fe plena y una oración sincera que nos ancla”.
La sed moderna: evaporando lo que creemos que nos llena
En nuestra era, la sed es más sutil. Corremos tras el éxito, el placer inmediato o la aprobación social, pero todo se evapora. Piensa en cómo las redes nos hacen sentir conectados, pero al final nos dejan más solos. O en cómo el consumismo promete felicidad, pero genera más deudas emocionales. El vacío interior se agranda porque, como explica la Iglesia, estamos expuestos a un desenfoque de nosotros mismos, distraídos de la “la única cosa que es necesaria” (Lc 10,42): la unión con Dios.
¡Pero hay esperanza! El Concilio Vaticano II describe la llamada de Dios como una convergencia de lo interior (la gracia en el alma) y lo exterior (la vida cotidiana, la comunidad). Nuestra sed moderna no es diferente a la de la samaritana; solo el contexto ha cambiado.
Y la solución es la misma: acercarte a Jesús en la oración, los sacramentos, la Eucaristía. Ahí, el vacío se convierte en plenitud. No es magia; es gracia.
Como en Veritatis Splendor de Juan Pablo II, este “gap” nos señala nuestra necesidad de ser parte del plan redentor de Dios, de una misión gloriosa.
Imagina aplicar esto hoy: en lugar de scroll infinito en el teléfono, un momento de silencio para escuchar esa voz interior. O en una relación rota, buscar perdón en la confesión. La samaritana lo hizo sin grandes recursos; solo con honestidad ante Jesús. Tú también puedes.
Una cita que no puedes posponer más
Al final, ese vacío interior es Dios buscándonos en nuestros pozos, tocando a nuestra puerta, invitándonos a una cita eterna. ¡Aceptémosla!
Como la samaritana, podemos cambiar de fuente. Redirigir nuestra sed hacia Aquel que la puede saciar.
¿Y tú? ¿Qué dices? ¿Quieres entrar en la vida plena? ¿Participar en el diseño del Autor de la vida? Creo que sí, lo quieres. ¡Puedes empezar hoy mismo!
Ve al “pozo” de tu rutina, pero pide el agua viva. Y verás cómo ese vacío se llena de paz que no se evapora.


