Claves para educar el corazón desde el amor verdadero
El poder de la mirada que ama
Hay miradas que hieren… y otras que, en verdad, aman y sanan. Necesitamos recuperar la belleza de una mirada que nos permite ver al otro como un don. A veces, basta una sola mirada para transformar el corazón.
Recientemente vi la ponencia “El poder de la mirada que ama”, del doctor Jokin de Irala, profesor de la Universidad de Navarra.
En ella, propuso educar el corazón. Es importante reconocer que el “ser humano originario”, al convertirse en el “ser humano caído”, ha perdido la pureza en su mirada. Adán y Eva, al principio, podían mirarse desnudos y sin vergüenza; pero ahora es necesario educar el corazón para recuperar la capacidad de mirar al otro con una mirada amorosa y pura.
La virtud de la pureza es fortaleza del corazón. Frente a estímulos que contaminan la mente y el alma ¿estamos llamados a cultivar esta virtud? Efectivamente. Educar el corazón es una tarea pendiente y urgente, porque lo que vemos se integra, se graba y termina moldeando la forma en que miramos a los demás.
Quiero compartirte los puntos que más me han llamado la atención sobre este tema.
La familia, escuela del amor
La familia es la primera escuela donde se forma el corazón humano: un lugar de amor incondicional, pertenencia y aprendizaje del compromiso. Ahí se educa la mirada, explica Jokin de Irala, quien propone cuatro grandes desafíos que enfrenta hoy el matrimonio y la familia.
Matrimonios malabaristas
Muchos viven entre mil responsabilidades: trabajo, hijos, casa, suegros… Pero no se debe olvidar lo esencial: la relación de esposos.
El matrimonio es prioridad. Por eso, es recomendable reservar una cita frecuente donde el tema de conversación sea el “nosotros”.
¿Hace cuánto no se detienen a conversar como esposos, mirándose con amor, sin distracciones?
Tal vez estás sobreviviendo entre tareas, olvidando cuidar el “nosotros”. Cuida tu corazón con una mirada pura, que tu modo de vivir hable por ti; que los demás comprendan que tú le perteneces a alguien.
¿Manual de instrucciones para los hijos?
¿Quién está verdaderamente preparado para ser padre o madre? Siempre he admirado a los padres, porque nadie les ha enseñado a serlo. Lo principal para educar ya lo tienes: el amor.
Educar es buscar un equilibrio entre afecto y disciplina. Los límites que los hijos necesitan deben ser límites amorosos.
Deben aprender que elegir implica renunciar. Lo que tus hijos perciben en tu mirada –ternura, exigencia, atención– les enseña más que cualquier palabra. Recuerda que educar es enseñar a vivir y amar de verdad.
Otros adoctrinan a nuestros hijos
Advirtió sobre las ideologías actuales que ataca a los jóvenes: desde la multiplicación de identidades de género hasta la normalización de la pornografía, a la cual llamó “abuso afectivo”. ¿Quién está formando realmente el corazón de tus hijos: tú o el algoritmo?
Frente a este desafío, la tarea es clara: los padres deben ser los principales educadores en la afectividad y sexualidad de sus hijos.
No son los colegios, ni los profesores, ni los amigos; son ustedes: sus gestos, sus actitudes, sus palabras... sus miradas.
El mundo tiene mentalidad de descarte
Vivimos en una sociedad que desecha todo lo frágil, no solo cuando ya no es útil. El problema es cuando esta mentalidad se traslada a las personas y relaciones. Se descarta a los no nacidos, a los ancianos y los enfermos; incluso se rompen vínculos ante la incomodidad.
¿No será tiempo de enseñar a nuestros hijos que el amor auténtico no desecha, sino que abraza incluso las heridas? La familia es el antídoto contra la cultura del descarte: enseña que cada persona tiene un valor único e irrepetible. Y por eso, merece tiempo, ternura, amor, presencia… y una mirada que ama y no desecha.
La educación de la mirada para un amor verdadero
“La vista está integrada en el sistema nervioso y en el alma”, recordaba el profesor. Lo que cada uno ve no solo pasa por los ojos, también se graba en el corazón.
Estudios muestran –señalaba–, que el cerebro de los jóvenes aún no madura completamente; por eso, son más vulnerables a estímulos visuales, como la pornografía. Muchos la consumen desde los 10 o 12 años, y eso deforma su manera de mirar: ya no ven el cuerpo del otro como una persona, sino como un objeto de placer.
Integrar razón, afecto, cuerpo y alma
Para sanar la mirada, propone trabajar la integración entre razón, afecto, cuerpo y alma. Integrar no es reprimir, sino armonizar.
Cuando una persona vive en equilibrio interior, su mirada se vuelve limpia, capaz de ir más allá del cuerpo físico y descubrir el misterio del amor y la dignidad del otro.
¿Ayudas a tus hijos a descubrir esa belleza? ¿A reconocer en el otro la huella del Creador?
Educar para el amor: besos y caricias
¿Alguna vez te has detenido a pensar en lo que realmente comunicas con un beso o una caricia? De Irala explica que los gestos físicos también comunican, porque implican a toda la persona. “Un paso lleva al siguiente”, advertía.
¿Cómo pueden nuestros jóvenes aprender a amar de verdad si nadie les enseña a mirar con un amor verdadero?
Es necesario enseñar criterios claros: distinguir los llamados acelerantes sexuales (pechos, genitales, trasero, entrepierna) y comprender que todo gesto debe ser breve y respetuoso. Por eso, decía: “Acelerantes sexuales: nunca. Y, hagas lo que hagas, sé breve”.
El trébol del amor
De Irala propone una imagen sencilla: el “trébol del amor”. Sus hojas representan cuatro dimensiones que fortalecen una relación: estar a solas, compartir con amigos, hacer juntos algo por los demás y –un plus– vivir la fe juntos.
Si el centro de tu relación es solo la intimidad, es un amor pobre. En cambio, cuando se abre al servicio, al crecimiento y al espíritu, el amor verdadero florece.
Solo una mirada de donación y no de consumo puede sostener un amor auténtico.
El profesor concluía la ponencia con una frase que me gustó mucho: “Arrodíllense. El ejemplo vale más que mil palabras”.
Nuestros hijos aprenden a mirar con amor al vernos orar, servir, escuchar, perdonar… Entonces aprenderán a mirar el mundo con ojos nuevos, con ternura, con una mirada capaz de amar.


