¡El Adviento! Un tiempo litúrgico que nos invita a la preparación interior, para la calma y la vigilancia… irónicamente, en la práctica, se enfrenta a la aceleración del mundo: el ruido, las compras y el consumismo anticipado.
Sí, parece irónico que mientras la liturgia nos invita al silencio (¡incluso suprimiendo el canto del gloria en la misa!), el entorno nos empuje a correr y el ruido nos distraiga de lo esencial.
Pero hay una virtud que nos murmura el secreto para acoger a Cristo con un corazón más libre y humilde: la sencillez.
Ejercitándonos en esta virtud, reconocemos las 4 claves para un Adviento profundo y fecundo.
1. Renovar la mirada
La sencillez nos ayuda a preparar el terreno donde el Espíritu Santo puede actuar y guiarnos. Nos hace más capaces de reconocer a Cristo en lo ordinario y en lo de todos los días, en aquello que solemos pasar por alto.
Nos muestra por dónde caminar sin tropezar, manteniéndonos disponibles a Dios y liberándonos de la complejidad, las preocupaciones y los apegos que nos desordenan.
La escena de Belén es la máxima expresión de esta virtud, pues el misterio más grande del mundo sucede en un rincón pobre y silencioso, con María y José obedeciendo la voluntad de Dios sin reclamos y recibiendo a su Hijo en un pesebre.
2. Recuperar el asombro
El Papa Benedicto XVI, al hablar de la entrada a la Basílica de la Natividad, cuya puerta es muy baja, explica que para entrar en el misterio del Dios que se revela como Niño, es necesario inclinarse y bajarse del “alto caballo” de nuestra autosuficiencia y razón orgullosa. La sencillez nos da la capacidad de asombro y nos protege de la “caricatura mundana de la Navidad”.
También, la sencillez actúa como un filtro purificador que limpia nuestra mirada y despeja lo que sobra, permitiéndonos discernir con claridad el camino que Dios traza paso a paso. El corazón sencillo permite ver; el corazón enredado, no.
Al vivir rodeados de prisas y distracciones, es fácil que se forme una costra sobre el alma que nos impide ver la mano providente de Dios en las cosas más ordinarias, llevándonos a la indiferencia o al cinismo. El Adviento insiste en despertar el asombro ante las cosas grandes, que a veces también son las ordinarias, rutinarias… justamente aquellas a las que nos acostumbramos.
La sencillez nos devuelve la mirada infantil, que no es ingenuidad, sino una total apertura al misterio y la capacidad de asombrarse ante lo divino. ¿Recuerdas cómo Jesús afirmó que el Reino de los cielos es de quienes son como niños?
2. Confiar totalmente en el Padre
La sencillez nos conduce a una confianza total en el Padre, una confianza concreta que se vive en el día a día. Un corazón sencillo afloja el control y suelta la necesidad obsesiva de resolverlo todo a nuestra manera , permitiéndonos decir: “Señor, aquí estoy… haz Tú”.
Esta apertura no es pasividad, sino un acto de fe valiente. La sencillez nos permite caminar sin ansiedad, sabiendo que hay un Padre que cuida cada paso. En este tiempo de espera, la confianza es clave, pues la venida del Señor no se controla ni se programa. Jesús nos lo recuerda al llamar a velar, ya que no sabemos el día en que vendrá.
En contraposición a las seguridades falsas que nos tienta la cultura actual —como acumular cosas o planificar cada detalle—, la sencillez nos impulsa a confiar más y a soltar aquello que sostenemos con fuerza.
Sin sencillez, se vive como esclavo del control; con sencillez, como hijo que espera confiado.
3. Centrarnos en el “ahora”
Dios insiste en el “hoy” , ya que la gracia actúa en tiempo presente. La sencillez es la maestra de ese presente, liberándonos de las sombras del pasado —con sus culpas y heridas— y de la ansiedad por el futuro. Cuando el corazón está disperso por estas cargas, no puede escuchar a Dios.
Así como el maná que los israelitas recibían cada día y no se podía guardar ,la sencillez nos enseña a caminar paso a paso, sin prisa, recogiendo lo suficiente de cada día.
Además, Adviento es un tiempo que se vive ahora: ahora es tiempo de conversión. Ahora es tiempo de vigilancia. Ahora es tiempo de preparar la casa interior.
El Evangelio, al invitarnos a velar porque no sabemos en qué día vendrá el Señor, nos llama a vivir con atención, a estar presentes y disponibles.
¡Que este Adviento nos encuentre con un corazón sencillo, como el de los pastores que se acercaron al pesebre con el alma abierta!




Hermoso mensaje, sencillo pero profundo. DTB!!
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